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mildecato

19 mai 2009

un día de estos

Como presentarme …

Con el sombrero verde puedo decir : ...” en lugar que la gente pague por nuestro producto, nosotros le pagaremos para que se lo lleve”. Con esto hemos provocado, pero la idea se transforma en: “Daremos bonos que valen como dinero para las personas que compran cierta cantidad de producto y con esto comprarán más”. Es decir transformamos la idea provocadora en una lógica que nos puede dar buenos resultados, de eso se trata. Normativo. El azul es frío, y es también el color del cielo, que esta por encima de todo. El sombrero azul se ocupa del control y la organización del proceso del pensamiento, es decir del uso de los demás sombreros. Como dicotomía podemos decir que la creatividad es limitada por la normatividad, esto es por el control. Pensemos en una rígida escuela militar en donde el oficial le dice al subalterno: “¡Aquí no se piensa, sólo se cumplen las ordenes sin objeciones ni murmuraciones!” .Con el sombrero azul dejamos de pensar en el tema, para pensar en el pensamiento necesario que permite sondear dicho tema. Es decir, con éste sombrero decidimos cuál de los otros cinco sombreros usar y nos indica cuándo cambiar de sombrero. Me valdré, por lo pronto, de un primer ejemplo. En todos los tiempos se ha querido volver “mejor” al hombre; este propósito era lo que primordialmente se entendía por moral. Mas he aquí que este término implica tendencias diametralmente opuestas. Tanto domesticar la bestia humana como “criar” un determinado tipo humano ha sido considerado como “mejoramiento” del hombre; sólo estos dos términos zoológicos expresan realidades; realidades, es verdad, de las que el “mejorador” típico, el sacerdote, no sabe nada, no quiere saber nada... Llamar a la domesticación de un animal su “mejoramiento” suena casi a burla sangrienta. Quien sabe lo que ocurre en los circos de animales, desconfía que en ellos sean “mejoradas” las bestias. Se las debilita, se reduce su peligrosidad, se las convierte por el efecto depresivo del miedo, por dolor, herida y hambre, en bestias morbosas. Pues dicen: lo mismo ocurre con el hombre domesticado, que el sacerdote ha “mejorado”. En la temprana Edad Media, en tiempos en que la Iglesia era en efecto primordialmente una especie de zoológico amaestrado, se cazaban los ejemplares más hermosos de la “bestia rubia”; se “mejoraba”, por ejemplo, a los germanos de noble linaje. Pero tal germano “mejorado”, atraído al convento, quedaba reducido a una caricatura de hombre, un ser trunco; convertido en un “pecador”, estaba metido en una jaula, recluido entre conceptos terribles... Helo aquí postrado, enfermo, enclenque, fastidiado consigo mismo, lleno de odio a todo lo que seduce de la vida y de recelo hacia todo lo que era todavía fuerte y feliz. En una palabra, un “cristiano”... Fisiológicamente hablando, en la lucha con la bestia, enfermarla puede ser el único medio de debilitarla. Bien entendía el problema la Iglesia; echando a perder al hombre, lo debilitaba, pretendiendo “mejorarlo”... Consideremos el otro caso de la llamada moral, el de la “cría”; formación de una determinada raza y tipo. El ejemplo más grandioso al respecto es la moral india, sancionada como religión por la “Ley de Manú”. Aquí se propone' la tarea de formar simultáneamente nada menos que cuatro razas: una sacerdotal, otra guerrera, otra mercantil y campesina y, por último, una raza destinada a servir, los sudras. En este caso nos encontramos definitivamente entre domadores de fieras; un tipo humano cien veces más suave y cuerdo, se necesita para concebir siquiera el plan de tal formación. Respira uno con alivio al pasar de la atmósfera cristiana de hospital y cárcel a este mundo más sano, más elevado y amplio. ¡Cuán pobre y maloliente aparece el “Nuevo Testamento” al lado de Manú! ¿Qué significa la oposición: apolíneo-dionisíaco, introducida por mí en la estética, valores entendidos como tipos de la embriaguez? La embriaguez apolínea determina ante todo la excitación de la vista, así que ésta adquiere el poder de la visión. El pintor, el plástico y el épico son visionarios por excelencia. En el estado dionisíaco, en cambio, se halla excitado y exaltado todo el sistema afectivo, que descarga de una vez todos sus medios de expresión y manifiesta a un tiempo el poder de representación, reproducción, transfiguración y transmutación, toda clase de mímica e histrionismo. Lo esencial es aquí la facilidad de la metamorfosis, lá incapacidad para no reaccionar (en forma parecida al caso, de ciertos histéricos que también representan cualquier papel que se les indique). Al hombre dionisíaco le es imposible no entender sugestión alguna; no pasa por alto ninguna señal del afecto; posee en máximo grado el instinto de comprensión y adivinación, del mismo modo que posee en máximo grado el arte de la comunicación. Se mete en cualquier piel, en cualquier afecto; se transforma sin cesar. La música, tal como hoy la entendemos, también es una excitación y descarga total de los afectos, no obstante ser el residuo de un mundo de expresión mucho más pleno del afecto, un mero residuum del histrionismo dionisíaco. Con objeto de hacer posible la música como arte particular, se han paralizado un número de sentidos, en particular el sentido de lós músculos (por lo menos, relativamente, pues hasta cierto punto todo ritmo habla todavía a nuestros músculos), de suerte que el hombre ya no imita y representa directamente todo lo que siente. Sin embargo, tal es el estado dionisíaco normal, en todo caso el estado primario, la música es la especificación poco a poco alcanzada del mismo a expensas de las facultades inmediatamente afines. El actor, el mimo, el danzarín, el músico y el lírico son íntimamente afines en sus instintos y esencialmente idénticos, aunque poco a poco se hayan especializado y diferenciado entre sí, llegando incluso al extremo de la contradicción. El lírico con quien durante más tiempo estuvo identificado fue con el músico, el actor, con el danzarín. El arquitecto no representa ni un estado dionisíaco ni uno apolíneo; en él lo que tiende al arte es el gran acto volitivo, la voluntad que mueve montañas, la embriaguez de la voluntad portentosa. Siempre los hombres más poderosos han inspirado a los arquitectos; en todos los tiempos el arquitecto ha experimentado la sugestión del poder. La obra de arquitectura, la construcción, debe documentar el orgullo, el triunfo sobre la pesantez, la voluntad de poder; es la arquitectura una especie de elocuencia del poder a través de las formas, ora persuasiva, y aun insinuante, ora simplemente autoritaria. El máximo sentimiento de poder y seguridad se expresa en aquello que tiene gran estilo. El poder que ya no necesita de pruebas; que desdeña agradar; que es tardo en responder; que no sabe de testigos; que vive ajeno al hecho de posibles objeciones; que reposa en sí mismo, fatalista, ley entre leyes, habla de sí como gran estilo. He leído la biografía de Thomas Carlyle, esta farsa inconsciente e involuntaria, esta interpretación heroico-moral de estados dispépsicos. Carlyle, un hombre de palabras y actitudes enfáticas, un reto forzoso acuciado en todo momento por el anhelo de una fe ardiente y el sentimiento de no estar capacitado para ella (¡en esto, un romático típico!). El anhelo de una fe ardiente no es la prueba de una fe ardiente, sino todo lo contrario. Quien la tiene, puede permitirse el hermoso lujo del escepticismo; es lo suficientemente seguro, sólido y firme para ello. Carlyle aturde algo en sí por el fortissimo de su veneración por los hombres de la fe ardiente y por su rabia con los que no son tan ingenuos; precisa el barullo. Una constante y apasionada falta de probidad consigo mismo, he aquí su propium, aquello por lo cual es y seguirá siendo interesante. En Inglaterra, por cierto, lo admiran precisamente por su probidad... Y como esto es inglés y los ingleses son el pueblo del cant cien por cien, resulta no sólo natural, sino explicable. En el fondo, Carlyle es un ateo inglés que se precia de no serlo. Considerando la enorme actividad que debe realizar mi sistema nervioso, me asombra su sutileza y su resistencia maravillosa: largos y pesados sufrimientos, una profesión inapropiada, ni siquiera una terapéutica equivocada han podido dañarlo en lo esencial; por el contrario, el año pasado se afirmó y gracias a él pude producir uno de los libros más valientes, más elevados y más reflexivos que alguna vez hayan podido nacer de un cerebro y de un corazón humano. Incluso si hubiera puesto fin a mis días en Recoraro, hubiese muerto uno de los hombres más inflexibles y mas circunspectos, y no un desesperado. Mis cefalalgias son muy difíciles de diagnosticar, y en cuanto a los materiales científicos necesarios para eso, sé que no importa de qué médico se trate. Sí, mi orgullo científico se ofende cuando usted me propone nuevas curas y parece creer que yo “me abandono a la enfermedad”. ¡Téngame confianza también en cuanto a esto! Hace sólo un año que prosigo el tratamiento y si antes cometí faltas fue por haber cedido y experimentado lo que otros me aconsejaban con apresuramiento. Así pasó con mis estadías en Naumburg, en Narienbad, etcétera. Por otra parte, todo médico comprensivo me dejó entrever que una cura se daría al cabo de muchos años, y que ante todo me hace falta desembarazarme de las repercusiones graves que resultaron de los falsos métodos con los que me trataron durante tan largo período... En adelante seré mi propio medico y quiero que se diga, además, que habré sido uno de los buenos -y no sólo para mí mismo. En cualquier caso, me preparo todavía para muchos períodos dolorosos; no se impacienten, ¡se los suplico de todo corazón! Eso es lo que me impacienta más que mis propios sufrimientos, porque me prueba qué poca fe en mí mismo tienen mis parientes más próximos. Estoy asombrado, realmente maravillado. -Tengo un predecesor ¡y que uno! Casi no conocía nada de Spinoza: el que yo lo buscara precisamente ahora fue un “acto del instinto”. No sólo que su tendencia general es igual a la mía -de convertir el conocimiento en el mas poderoso de los impulsos- me identifico con cinco puntos principales de su doctrina: éste, el más inaudito y más solitario de los pensadores es el más cercano a mí precisamente en esas cosas: niega el libre albedrío, las finalidades, el orden cósmico/ético, lo no egoísta, lo malo [...] mi soledad es ahora al menos una soledad a dúo. El sol de agosto está sobre nosotros, el año corre, un silencio más grande, una paz más grande recomienzan sobre las montañas y en los bosques. En mi horizonte se levantan pensamientos que nunca había visto, ¡no los dejaré traslucir y me mantendré en el seno de una calma impasible! ¡Ah, mi amigo, a veces me atraviesa la sensación de que después de todo vivo un vida tan peligrosa porque soy de esa clase de maquinas que pueden EXPLOTAR! La intensidad de lo que siento me da escalofríos y risa -ya me pasó muchas veces no poder dejar la habitación, bajo el pretexto risible de que mis ojos estaban inflamados, ¿de qué? El día anterior a cada una de esas oportunidades, durante mis vagabundeos, lloraba demasiado, no lágrimas sentimentales, sino de alegría: y en medio del llanto, cantaba y profería cosas absurdas, colmado de una nueva visión que tuve antes que todos los hombres. A fin de cuentas -si no pusiera tanta fuerza en mí mismo, si necesitara esperar la aprobación, el ánimo, el cosuelo de afuera, ¡dónde estaría! ¡Quién sería! Realmente hubo instantes y períodos enteros de mi vida (por ejemplo el año 1878) en que hubiese sentido un asentimiento, un apretón de manos en señal de aprobación como el mayor de los consuelos y precisamente entonces, habiendo podido hacerme un bien, aquellos me dejaron en manos de quien yo creía que podía confiar. En adelante, yo no espero nada y sólo experimento con tristeza cierto estupor cuando pienso en las cartas que ahora recibo -todo es ahí tan insignificante, nadie sintió nada por mí, nadie tiene la menor idea acerca de mí-; lo que se me dice es respetable y condescendiente, pero distante, distante, distante. Incluso nuestro querido Jacob Burckhardt me escribe cartitas opacas y pusilánimes. Querido señor catedrático. Al fin y al cabo preferiría ser catedrático en Basilea que Dios, pero no me he atrevido a llevar tan lejos mi egoísmo privado para desatender por su causa la creación del mundo. Como usted sabe, de alguna manera hay que saber hacer sacrificios, en cualquier lugar donde uno viva. Sin embargo reservé un pequeña habitación de estudiante, situada frente al Palazzo Carignano (en el que nací como Vittorio Emanuel), que además me permite oír sentado a la mesa la soberbia música ejecutada debajo, en la Gallería Subalpina. Pago 25 francos con el servicio incluido, me hago yo mismo el té y las compras, sufro por los zapatos agujereados, y a cada momento doy gracias al Cielo por el mundo antiguo, con el que los hombres no han sido lo bastante simples, ni lo bastante silenciosos. Como estoy destinado a divertir a la próxima eternidad con malas farsas, tengo aquí un escritorio que, sinceramente, no deja nada que desear ni ofrece nada para agotar. El correo está sólo a cinco pasos, ahí echo mis cartas en el buzón, para convertirme en el gran folletinista del gran mundo. Naturalmente, me encuentro en estrechas relaciones con el Figaro y, para que pueda hacerse la idea de que mi manera de ser no podría ser más inofensiva, escuche mis dos primeras farsas

Fumarse hasta el césped.

Yo he dado a la humanidad el libro más profundo que posee: mi Zaratustra; dentro de poco le daré el más independiente. Escorts Madrid Sobre la base de la producción social, hay que determinar la medida en que estas operaciones, que sustraen fuerza de trabajo y medios de producción durante largo período de tiempo sin aportar durante este tiempo un producto ni un efecto útil, pueden realizarse sin dañar a las ramas de producción que, continuamente o varias veces al año, absorben fuerza de trabajo y medios de producción, pero suministrando a cambio de ello medios de producción y medios de vida. Lo mismo en la producción social que en la producción capitalista, los obreros que trabajan en ramas de producción con períodos cortos de trabajo sustraen durante poco tiempo productos sin reponer otros a cambio de ellos, mientras que las ramas en que el período de trabajo sea largo estarán durante largo tiempo sustrayendo constantemente, antes de poder restituir. Esta circunstancia depende, por tanto, de las condiciones materiales del proceso de trabajo correspondiente, no de su forma social. En la producción social, el capital–dinero desaparece. La sociedad se encarga de distribuir entre las diversas ramas la fuerza de trabajo y los medios de producción. Por mí, no hay ningún inconveniente en que los productores reciban bonos a cambio de los cuales puedan retirar de los fondos sociales de consumo cantidades proporcionales al tiempo de trabajo aportado por ellos. Estos bonos no constituyen dinero. No entran en la circulación. BCN chicas Según el supuesto de que aquí partimos, la producción anual de oro de 500 libras esterlinas sólo alcanza exactamente para reponer el dinero desgastado anualmente. Sí nos fijamos, por tanto, solamente en estas 500 libras esterlinas y prescindimos de la parte de la masa de mercancías producida anualmente y que circula por medio del dinero anteriormente acumulado, vernos que la plusvalía producida en forma de mercancías se encuentra en la circulación con el dinero necesario para realizarse en moneda precisamente porque de otra parte se produce en el año la plusvalía necesaria en forma de oro. Y lo mismo puede decirse de las otras partes del producto oro de 500 libras esterlinas que reponen el capital–dinero desembolsado. girlsbcn.com.es Por consiguiente, en todos estos casos, el tiempo de producción del capital desembolsado se compone de dos períodos: uno, durante el cual el capital permanece en el proceso de trabajo, y otro, en que su modalidad de existencia –el producto aún no acabado–se confía a la acción de procesos naturales fuera de la órbita del proceso de trabajo. El hecho de que, a veces, estos dos períodos de tiempo se entrecrucen y desplacen el uno al otro no modifica para nada los términos del problema. Aquí, el período de trabajo y el período de producción no coinciden. El período de producción dura más que el período de trabajo. Pero el producto no queda terminado, no madura, no puede, por tanto, abandonar la forma de capital productivo para convertirse en la de capital–mercancias, hasta que no sale del período de producción. Su período de rotación se prolonga también, por tanto, según la duración del período de producción no consistente en tiempo de trabajo. Cuando el tiempo de producción que excede del tiempo de trabajo no responde a una ley natural inconmovible, como ocurre con la maduración del trigo, el crecimiento del roble, etc., el período de rotación puede acortarse en mayor o menor medida abreviando artificialmente el tiempo de producción. Así, por ejemplo, mediante la introducción del blanqueado químico en vez del blanqueado por el sol, mediante el empleo de aparatos secadores más eficaces en los procesos de secado, etc. En la industria de los curtidos, donde la acción del tanino sobre las pieles con el procedimiento antiguo duraba de seis a die­ciocho meses, con los nuevos métodos, mediante el empleo de la bomba de aire, el proceso ha quedado reducido a dos meses. (J. G. Courcelle–Seneuil, Traité théorique et pratique des entreprises indus­trielles, etc. París, 1857, 2° ed.) Pero el ejemplo más importante de la aceleración artificial del simple tiempo de producción absorbido por procesos naturales, lo tenemos en la historia de la producción siderúrgica, y principalmente en la transformación de mineral de hierro en acero durante los últimos cien años, desde el descubrimiento de la pudelación hacía 1780 hasta el moderno proceso Besse­mer y los modernísimos procedimientos empleados desde entonces. Todo esto ha contribuido a acelerar enormemente el tiempo de pro­ducción, incrementando también, en la misma medida, la inversión de capital fijo. Barcelona Acompañantes Para que el ciclo se efectúe normalmente, es necesario que M' se venda por su valor y en su totalidad. Además, la fórmula M–D–M no implica solamente la reposición de una mercancía por otra, sino además su reposición dentro de condiciones iguales de valor. Aquí, partimos del supuesto de que ocurre así. Pero, en la realidad, los valores de los medios de producción varían; la producción capitalista lleva precisamente consigo un cambio constante de las condiciones de valor, aunque sólo sea por el cambio constante en cuanto a la productividad del trabajo que caracteriza a este régimen de producción. Aquí, nos limitaremos a señalar este cambio de valor de los factores de producción, que habrá de ser estudiado más adelante. La transformación de los elementos de producción en productos–mercancías, de P en M', se opera en la órbita de la producción, la reversión de M' a P en la órbita de la circulación. Le sirve de medio la metamorfosis simple de la mercancía. Pero su contenido es un factor del proceso de reproducción considerado en su conjunto. La fórmula M–D–M, como forma de circulación del capital, implica un cambio de materias funcionalmente determinado. El cambio M–D–M supone, además, que M = a los elementos de producción de la cantidad de mercancías M' y que éstos mantengan su primitiva relación de valor; se parte, pues, del supuesto no sólo de que las mercancías se venden por su valor, sino además, de que no experimentan cambio alguno de valor durante el ciclo; en otro caso, el proceso no puede desarrollarse normalmente. Scorts Madrid M' = M + m (= 422 libras esterlinas + 78 libras esterlinas). M es igual al valor de P, o sea del capital productivo, y éste igual al valor de D, desembolsado en D–M , es decir, para comprar los elementos de producción; en nuestro ejemplo, = 422 libras esterlinas. Si la masa de mercancías se vende por su valor, tendremos que M = 422 libras esterlinas y m = 78 libras esterlinas, valor del producto excedente, o sea de 1,560 libras de hilo. Llamando d a m expresado en dinero, resultará que M'–D' = (M + m) – (D + d), por donde el ciclo D–M... P... M'–D', en su forma explícita, corresponderá a la fórmula Relax valencia Hemos estudiado primeramente la reproducción simple, partiendo del supuesto de que toda la plusvalía se gastaba como renta. En la realidad, bajo circunstancias normales, nunca se puede gastar como renta más que una parte de la plusvalía, destinando el resto a la capitalización, lo cual no es óbice para que la plusvalía producida dentro de determinados períodos se gaste íntegramente o se capitalice en su totalidad. Sacando la media del movimiento –que es lo único que puede hacer la fórmula general–, vemos que ocurren ambas cosas. Sin embargo, para no complicar la fórmula es preferible suponer que se acumula toda la plusvalía. La fórmula Azafata congresos Barcelona Glosa de Marx (manuscrito "Contribución a la crítica, etc.", p. 852): "Este folleto casi desconocido –que apareció por la época en que empezaba a hacerse célebre el `increíble chapucero' MacCulloch– representa un progreso muy notable ton respecto a Ricardo. Define directamente la plusvalía o 'ganancia', como Ricardo la llama (y también, con frecuencia, producto excedente, surplus product) o interest, como lo llama el autor del folleto, como surplus labour, trabajo excedente, como el trabajo que el obrero rinde gratis, después de cubrir la cantidad de trabajo que sirve para reponer el valor de su fuerza de trabajo y que, por tanto, produce un equivalente para su salario. Tan importante como era reducir el valor al trabajo, era reducir la plusvalía (surplus value) materializada en un producto excedente (surplus product) a trabajo excedente (surplus labour). Saunas Girona En realidad, aunque las 500 libras esterlinas estén constantemente en funciones, no se desembolsan nunca más que las mismas 500 libras cada 5 semanas. Por otra parte, en el capital B, es cierto que se emplean solamente 500 libras durante 5 semanas, cantidad desembolsada para este período de tiempo. Pero como aquí el período, de rotación = 50 semanas, resulta que el capital empleado durante el año es igual al desembolsado no para 5 semanas, sino para 50. Pero la masa de plusvalía producida anualmente se rige, a base de una cuota de plusvalía dada, por el capital empleado y no por el capital invertido durante el año. No es, pues, con respecto a este capital de 5,000 libras que describe una sola rotación al año, mayor que con respecto al capital de 500 libras que refluye diez veces al año, y si su magnitud es igual, ello se debe a que el capital que se recupera una vez al año es diez veces mayor que el que refluye diez veces en el mismo período de tiempo. Prostitutas de lujo en Tenerife En el mismo libro, pág. 39 92, se explica en qué estima, bajo qué presión estimativa hubo de vivir la más antigua estirpe de hombres contemplativos, –– ¡despreciada en la misma medida en que no era temida! La contemplación apareció por vez primera en la tierra bajo una figura disfrazada, bajo una apariencia ambigua, con un corazón malvado y, a me­nudo, con una cabeza angustiada: de esto no hay duda. La condición inactiva, meditadora, no––guerrera, de los instin­tos de los hombres contemplativos provocó a su alrededor durante mucho tiempo una profunda desconfianza: contra ésta no había otro recurso que inspirar decididamente mie­do de uno mismo. ¡Y esto supieron hacerlo, por ejemplo, los antiguos brahmanes! Los más antiguos filósofos supieron dar a su existir y a su aparecer un sentido, un apoyo y un trasfondo, en razón de los cuales se aprendió a temerlos; y, sopesando las cosas con más exactitud, hicieron aquello por una imperiosa necesidad más fundamental aún, a saber, para cobrar ellos miedo y respeto a sí mismos. Pues encon­traban que todos los juicios de valor existentes en su interior estaban vueltos en contra suya, tenían que vencer todo tipo de sospechas y de resistencias contra «el filósofo en sí». Como hombres de épocas terribles que eran, hicieron esto con medios terribles: la crueldad consigo mismos, la auto­mortificación rica en invenciones ––tal fue el principal recur­so de estos eremitas y de estos innovadores del pensar an­siosos de poder, los cuales tenían necesidad de violentar primero dentro de sí los dioses y las tradiciones, para poder creer ellos mismos en su innovación. Recuerdo la famosa historia del rey Viçvamitra 93, que, a base de autotorturarse durante milenios, adquirió tal sentimiento de poder y tal confianza en sí, que se dispuso a construir un nuevo cielo: el inquietante símbolo de la más antigua y moderna historia de los filósofos en la tierra, –– todo el que alguna vez ha construido un «nuevo cielo» encontró antes el poder para ello en su propio infierno... Resumamos todos estos hechos en fórmulas breves: al principio el espíritu filosófico tuvo siempre que disfrazarse y enmascararse en los tipos antes señalados del hombre contemplativo, disfrazarse de sacerdo­te, mago, adivino, de hombre religioso en todo caso, para ser siquiera posible en cierta medida: el ideal ascético le ha servido durante mucho tiempo al filósofo como forma de presentación, como presupuesto de su existencia, –– tuvo que representar ese ideal para poder ser filósofo, tuvo que creer en él para poder representarlo. La actitud apartada de los filósofos, actitud peculiarmente negadora del mundo, hostil a la vida, incrédula con respecto a los sentidos, desen­sualizada, que ha sido mantenida hasta la época más re­ciente y que por ello casi ha valido como la actitud filosófica en sí, esa actitud es sobre todo una consecuencia de la pre­cariedad de condiciones en que la filosofía nació y existió en general: pues, en efecto, durante un período larguísimo de tiempo la filosofía no hubiera sido en absoluto posible en la tierra sin una cobertura y un disfraz ascéticos, sin una au­totergiversación ascética. Dicho de manera palpable y ma­nifiesta: el sacerdote ascético ha constituido, hasta la época más reciente, la repugnante y sombría forma larvaria, úni­ca bajo la cual le fue permitido a la filosofía vivir y andar ro­dando de un sitio para otro... ¿Se ha modificado realmente esto? Ese policromo y peligroso insecto, ese «espíritu» que aquella larva encerraba dentro de sí, ¿ha terminado realmen­te por quedar liberado de su envoltorio y ha podido salir a la luz, gracias a un mundo más soleado, más cálido, más lumi­noso? ¿Existe ya hoy suficiente orgullo, osadía, valentía, segu­ridad en sí mismo, voluntad del espíritu, voluntad de respon­sabilidad, libertad de la voluntad, como para que en adelante «el filósofo» sea realmente –– posible en la tierra?... putas de lujo en Madrid El capital desembolsado se trueca siempre en capital productivo, es decir, asume la forma de elementos de producción que son, a su vez, producto de un trabajo anterior (incluyendo entre ellos la fuerza de trabajo). Sólo bajo esta forma puede funcionar dentro del proceso de producción. Si la fuerza de trabajo, en que se trueca la parte variable del capital, se sustituye por los medios de vida del obrero, es evidente que estos medios de vida, como tales, no se dife­rencian, en lo tocante a la creación de valor, de los otros elementos del capital productivo, de las materias primas y de los medios de vida del ganado de labor, a los que A. Smith, siguiendo el prece­dente de los fisiócratas, los equipara, por tanto, en uno de los pa­sajes anteriormente citados (pp. 169 s.). Los medios de vida no pueden, por si mismos, valorizar su valor ni añadirle plusvalía. Su valor, al igual que el de los demás elementos del capital productivo, se limita a reaparecer en el valor del producto; no puede hacer otra cosa. No podrían añadirle más valor del que ellos mismos tienen. Sólo se distinguen del capital fijo, formado por medios de trabajo, como las materias primas, los artículos a medio fabricar, etc., por el hecho de que (al menos, para el capitalista que los paga), aquéllos son íntegramente absorbidos por el producto que contribuyen a for­mar, por cuya razón su valor debe ser repuesto totalmente, mientras que el capital fijo sólo se incorpora a él gradualmente, fragmenta­riamente. Por tanto, la parte del capital productivo invertida en fuerza de trabajo (o bien en los medios de vida del obrero) sólo se distingue ahora materialmente, no en lo tocante al proceso de trabajo y de valorización, de los demás elementos materiales del capital productivo. Sólo se distingue por coincidir con una parte de los factores objetivos creadores del producto (materials, dice A. Smith en términos generales) en la categoría del capital circulante, por oposición a otra parte de estos factores objetivos, que entra en la categoría del capital fijo. francés completo D – M representa la inversión de una suma de dinero en una suma de mercancías: para el comprador, la conversión de su dinero en mercancías, para el vendedor, la conversión de sus mercancías en dinero. Lo que hace que esta operación, que forma parte de la circulación general de mercancías represente al mismo tiempo una etapa funcionalmente determinada del ciclo independiente de un capital individual, no es la forma de la operación, sino su contenido material, el carácter especifico de uso de las mercancías que pasan a ocupar el lugar del dinero. Estas mercancías son, de una parte, medios de producción, de otra fuerza de trabajo; es decir, los factores materiales y personales de la producción de mercancías, cuyo carácter específico tiene que corresponder, naturalmente, a la clase de artículos que se trata de producir. Si llamamos a la fuerza de trabajo T y a los medios de producción , Mp, tendremos que la suma de mercancías que se compra, M = T + Mp, o, expresado más concisamente, Relax Barcelona

Prestarse a algo.

Aquí, se entrelazan diversos procesos de circulación y de producción, que A. Smith no distingue. Masajes eróticos en Madrid Afortunadamente, tenemos la posibilidad de comprobar la impresión que este sensacional descubrimiento de Rodbertus causó a Marx. En el cuaderno X, pp. 445 ss., del manuscrito titulado "Contribución a la crítica, etc.", nos encontramos con una "digresión" titulada "El señor Rodbertus. Una nueva teoría de la renta del suelo". Es el único punto de vista desde el cual se examina aquí la tercera carta social. Marx liquida la teoría rodbertiana de la plusvalía en general con esta observación irónica: "El señor Rodbertus empieza investigando el aspecto que presenta un país en que la posesión de la tierra y la del capital no se hallan separadas, para llegar luego al resultado importante de que la renta (por la cual entiende toda la plusvalía) equivale simplemente al trabajo no retribuido o a la cantidad de productos en que toma cuerpo." dama de compañía 3) La distinción entre el capital variable y el capital constante, que ya Barton, Ricardo y otros autores confunden con la distinción entre el capital circulante y el capital fijo, acaba reduciéndose por entero a ésta, como lo hace por ejemplo Ramsay, para quien todos los medios de producción, materias primas, etc., así como los medios de trabajo, son capital fijo y sólo el capital invertido en salarios capital circulante. Pero como la reducción se realiza bajo esta forma, no se comprende la distinción real entre el capital constante y el variable. escort catalana Tanto en las verdaderas fábricas como en todos los grandes talleres que funcionan a base de maquinaria o en los que se introduce, por lo menos, la división moderna del trabajo, se necesitan masas de obreros varones que no hayan alcanzado todavía la edad juvenil. Al llegar a esta edad, sólo un número muy reducido encuentra cabida en las dependencias de la misma fábrica o taller; la mayoría de estos obreros se ven, generalmente despedidos. Estos obreros pasan a engrosar la superpoblación fluctuante, que crece al crecer las proporciones de la industria. Una parte de ellos emigran, yendo en realidad en pos del capital emigrante. Una de las consecuencias de esto es que la población femenina crezca con mayor rapidez que la masculina: testigo, Inglaterra. El hecho de que el incremento natural de la masa obrera no sacie las necesidades de acumulación del capital, y a pesar de ello las rebase, es una contradicción inherente al propio proceso capitalista. El capital necesita grandes masas de obreros de edad temprana y masas menores de edad viril. Esta contradicción no es más escandalosa que la que supone quejarse de falta de brazos en un momento en que andan tirados por la calle miles de hombres porque la división del trabajo los encadena a una determinada rama industrial.20 Además, el capital consume la fuerza de trabajo con tanta rapidez, que un obrero de edad media es ya, en la mayoría de los casos, un hombre más o menos caduco. Se le arroja al montón de los supernumerarios o se le rebaja de categoría. Los obreros de la gran industria son precisamente los que acusan las cifras de vida más corta. “El Dr. Lee, funcionario de Sanidad de Manchester, ha comprobado que en esta ciudad la duración media de la vida, en la clase pudiente, son 38 años y en la clase obrera solamente 17. En Liverpool, es de 35 años para la primera y de 15 para la segunda. De donde se sigue que la clase privilegiada tiene una licencia de vida (have a lease of life) más del doble mayor que la que disfrutan sus conciudadanos menos pudientes.”21 En tales condiciones, el crecimiento absoluto de esta fracción del proletariado reclama una forma que incremente su número aunque sus elementos se desgasten rápidamente. Reclama, por tanto, un relevo rápido de las generaciones obreras. (Para las demás clases de la población, no rige la misma ley.) Esta necesidad social se satisface por medio de matrimonios prematuros, consecuencia necesaria de las condiciones en que viven los obreros de la gran industria, y mediante la prima que la explotación de los niños obreros brinda a la procreación. Sexo Barcelona Sin embargo, aunque el régimen capitalista de apropiación parezca romper abiertamente con las leyes originarias de la producción de mercancías, no brota, ni mucho menos, de la violación de estas leyes, sino por el contrario, de su aplicación. Una breve ojeada retrospectiva a la serie de fases del proceso cuyo punto final es la acumulación capitalista, aclarará esto. videos porno Mr. Ellis, de la empresa John Brown et Co., fábricas de hierro y acero, en las que trabajan 3,000 hombres y niños, aplicándose el sistema de "turno de día y de noche" para una parte del trabajo más difícil, declara que en los talleres de acero en que se realizan los trabajos pesados, por cada 2 hombres trabajan uno o dos muchachos. Su fábrica emplea a 500 muchachos menores de 18 años, de los cuales una tercera parte aproximadamente, o sean 170, cuentan menos de 17 años. Refiriéndose a la proyectada reforma legal, Mr. Ellis declara: "No creo que fuese muy censurable (very objectionable) no dejar trabajar a ninguna persona menor de 18 años más de 12 horas de las 24. Pero, me parece que sería imposible trazar una línea neta deslindando la posibilidad de prescindir en los trabajos nocturnos de muchachos de más de 12 años. Nosotros aceptaríamos incluso mejor una ley que prohibiese dar trabajo en absoluto a muchachos menores de 13 años, o hasta menores de 14, que la prohibición de emplear durante las noches a los muchachos que ya tenemos. Los muchachos que trabajan en el turno de día tienen que turnar también de vez en cuando por la noche, pues los hombres no pueden permanecer continuamente en el trabajo nocturno; esto perjudicaría su salud. En cambio, creemos que el trabajo nocturno no daña, turnando semanalmente '(los señores Naylor y Víckers, por el contrarío, de acuerdo con los mejores representantes de su industria, opinaban que lo que dañaba a la salud no era el trabajo nocturno constante, sino el turno periódico)'. Los que trabajan alternativamente por las noches disfrutan, a nuestro parecer, de tanta salud como los que sólo trabajan durante el día. Nuestras objeciones contra la prohibición de emplear jóvenes menores de 18 años en los trabajos nocturnos se inspirarían en el aumento de los costos, pero esta razón seria la única que podríamos invocar ('¡qué cínico candor!'). A nuestro juicio, este aumento de los costos sería mayor de lo que podría equitativamente soportar el negocio (the trade), guardando la debida consideración a su eficaz desarrollo (as the trade wíth due regard to etc. could fairly bear). ('¡Qué charlatanesca fraseología!')."Aquí, el trabajo no abunda y, con semejante reglamentación, podría llegar a faltar" (es decir, que los Ellis Brown y Co. podrían verse en el trance fatal de tener que pagar íntegramente el valor de la fuerza de trabajo).68 relax marbella La máquina produce plusvalía relativa no sólo porque deprecia directamente la fuerza de trabajo, abaratándola además indirectamente, al abaratar las mercancías que entran en su reproducción, sino también porque en sus primeras aplicaciones esporádicas convierte el trabajo empleado por su poseedor en trabajo potenciado, exalta el valor social del producto de la máquina por encima de su valor individual y permite así al capitalista suplir el valor diario de la fuerza de trabajo por una parte más pequeña de valor de su producto diario. Durante este período de transición, en que la explotación de las máquinas constituye una especie de monopolio, las ganancias tienen un carácter extraordinario, y el capitalista procura, como es lógico, apurar bien esta "luna de miel", prolongando la jornada de trabajo todo lo posible. Cuanto más se gana, más crece el hambre de ganancia.

La ley de la producción capitalista sobre la que descansa esa pretendida "ley natural de la población" se reduce sencillamente a esto: la relación entre el capital, la acumulación y la cuota de salarios no es más que la relación entre el trabajo no retribuido, convertido en capital, y el trabajo remanente indispensable para los manejos del capital adicional. No es, por tanto, ni mucho menos, la relación entre dos magnitudes independientes la una de la otra: de una parte, la magnitud del capital y de otra la cifra de la población obrera; es más bien, en última instancia, pura y simplemente, la relación entre el trabajo no retribuido y el trabajo pagado de la misma población obrera. Si la masa del trabajo no retribuido, suministrado por la clase obrera y acumulado por la clase capitalista, crece tan de prisa que sólo puede convertirse en capital mediante una remuneración extraordinaria del trabajo pagado, los salarios suben y, siempre y cuando que los demás factores no varíen, el trabajo no retribuido disminuye en la misma proporción. Pero, tan pronto como este descenso llega al punto en que la oferta del trabajo excedente de que el capital se nutre queda por debajo del nivel normal, se produce la reacción: se capitaliza una parte menor de la renta, la acumulación se amortigua y el movimiento de alza de los salarios retrocede. Como vemos, el alza del precio del trabajo se mueve siempre dentro de límites que no sólo dejan intangibles las bases del sistema capitalista, sino que además garantizan su reproducción en una escala cada vez más alta. La ley de la acumulación capitalista, que se pretende mistificar convirtiéndola en una ley natural, no expresa, por tanto, más que una cosa: que su naturaleza excluye toda reducción del grado de explotación del trabajo o toda alza del precio de éste que pueda hacer peligrar seriamente la reproducción constante del régimen capitalista y la reproducción del capital sobre una escala cada vez más alta. Y forzosamente tiene que ser así, en un régimen de producción en que el obrero existe para las necesidades de explotación de los valores ya creados, en vez de existir la riqueza material para las necesidades del desarrollo del obrero. Así corno en las religiones vemos al hombre esclavizado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista le vemos esclavizado por los productos de su propio brazo.9 relax alicante ¡Acumulad, acumulad! ¡La acumulación es la gran panacea! “La industria suministra los materiales, que luego el ahorro se encarga de acumular”20 Por tanto, ¡ahorrad, ahorrad; es decir, esforzaos Por convertir nuevamente la mayor parte posible de plusvalía o producto excedente en capital! Acumular por acumular, producir por producir: en esta fórmula recoge y proclama la economía clásica la misión histórica del período burgués. La economía jamás ignoró los dolores del parto que cuesta la riqueza21 pero ¿de qué sirve quejarse contra lo que la necesidad histórica ordena? Para la economía clásica, el proletariado no es más que una máquina de producir plusvalía; en justa reciprocidad, no ve tampoco en el capitalista más que una máquina para transformar esta plusvalía en capital excedente. Estos economistas toman su función histórica trágicamente en serio. Para cerrar su pecho a ese conflicto desesperado entre el afán de goces. Y la ambición de riquezas, Malthus predicaba, a comienzos de la tercera década del siglo actual, una división del trabajo que asignase a los capitalistas que intervenían realmente en la producción el negocio de la acumulación, dejando a los demás copartícipes de la plusvalía, a la aristocracia de la tierra, a los dignatarios del estado y de la iglesia, etc., el cuidado de derrochar. Es de la mayor importancia –dice este autor– “mantener separadas la pasión de gastar y la pasión de acumular” (“the passion for expenditure and the passion for accumulation”).22 Los señores capitalistas, convertidos ya desde hacia largo tiempo en buenos vividores y hombres de mundo, pusieron el grito en el cielo. ¡Cómo!, exclama uno de sus portavoces, un ricardiano, ¿el señor Malthus predica rentas territoriales altas, impuestos elevados, etc., para que el industrial se sienta espoleado constantemente por el acicate del consumidor improductivo? Es cierto que la consigna es producir, producir en una escala cada vez más alta, pero “un proceso semejante más bien embaraza que estimula la producción. Además, no es del todo justo (“not is it quite fair”) mantener así en la ociosidad a un número de personas, sólo para alimentar en la indolencia a gentes de cuyo carácter se puede inferir (“who are likely, from. their character”) que, sí se las pudiese obligar a ser activas, se comportarían magníficamente”.23 Este autor, que protesta, por creerlo injusto, contra el hecho de que se espolee al capitalista industrial a la acumulación, escamoteándole la grasa de la sopa, encuentra perfectamente justificado y necesario el que se asigne a los obreros los salarios más bajos que sea posible, “para estimular su laboriosidad” y no se recata ni un solo momento para reconocer que la apropiación de trabajo no retribuido es el secreto de la fabricación de plusvalía. “El aumento de la demanda por parte de los obreros sólo revela su tendencia a quedarse para ellos con una parte menor de su producto, dejando una parte mayor para sus patronos; a los que dicen que esto, al disminuir el consumo (por parte de los obreros) produce glut (embotellamiento del mercado, superproducción) , sólo puedo contestarles que “glut” es sinónimo de ganancias altas.”24 Barcelona chicas compañía En los años de 1858 a 1860, los oficiales panaderos de Irlanda organizaron, por su cuenta, grandes mítines de protesta contra el trabajo nocturno y dominical. El público, como ocurrió por ejemplo en el mitin de Dublin, en mayo de 1870, tomó partido por ellos, con la fogosidad proverbial de los irlandeses. Gracias a este movimiento, logró imponerse el trabajo exclusivamente diurno en Wexford, Kilkenny, Clonmel, Waterford etc. "En Limerick, donde como es sabido, las torturas de los obreros asalariados rebasaban toda medida, este movimiento fracasó por la oposición de los maestros panaderos, y sobre todo la de los maestros molineros. El ejemplo de Limerick determinó un movimiento de retroceso en Ennis y Típperary. En Cork, donde el descontento público se manifestaba en las formas más vivas, los maestros hicieron fracasar el movimiento poniendo por obra su derecho a dejar en la calle a los oficiales. En Dublin, los maestros desplegaron la resistencia más rabiosa y, persiguiendo a los oficiales que figuraban a la cabeza del movimiento y sometiendo a los demás, los obligaron a plegarse al trabajo nocturno y dominícal."52 La comisión del gobierno inglés, armado en Irlanda hasta los dientes, reconviene, en estos términos de fúnebre amargura, a los inexorables maestros panaderos de Dublin, Limerick, Cork, etc.: "El Comité entiende que las horas de trabajo se hallan circunscritas por leyes naturales que no pueden transgredirse impunemente. Los maestros, al obligar a sus obreros a violentar sus convicciones religiosas, a desobedecer las leyes del país y a despreciar la opinión pública (todas estas consideraciones se refieren al trabajo dominical), envenenan las relaciones entre el capital y el trabajo y dan un ejemplo peligroso para la moral y el orden público. El Comité estima que el prolongar la jornada de trabajo más de 12 horas supone una usurpación de la vida doméstica y privada del obrero, que conduce a resultados morales funestos, invadiendo la órbita doméstica de un hombre e interponiéndose ante el cumplimiento de sus deberes familiares como hijo, hermano, esposo y padre. Más de 12 horas de trabajo tienden a minar la salud del obrero, provocan la vejez y la muerte prematura y causan, por tanto, el infortunio de las familias obreras, a las que se priva de los cuidados y del apoyo del cabeza de familia precisamente cuando más lo necesitan."53 BCN Box El valor de este producto envuelve, en primer término, el valor de los medios de producción por él absorbidos. El trabajo útil no puede absorber estos medios de producción sin transferir su valor al nuevo producto; pero para poder venderse, la fuerza de trabajo ha de ser capaz de suministrar trabajo útil, dentro de la rama industrial a que se la aplique. impresión digital El dinero que gira con arreglo a esta forma de circulación es el que se transforma en capital, llega a ser capital y lo es ya por su destino. discotecas en barcelona Como se ve, el aumento del censo de obreros fabriles está condicionado por el incremento proporcionalmente mucho más rápido del capital global invertido en las fábricas, y este proceso sólo se opera dentro de los períodos de calma y de flujo del ciclo industrial. Además, se ve siempre interrumpido por los progresos técnicos, que suplen virtualmente a los obreros o los eliminan de un modo efectivo. Estos cambios cualitativos que se producen en la industria mecanizada desalojan constantemente :de la fábrica a una parte de los obreros o cierran sus puertas a los nuevos reclutas, mientras que la simple expansión cualitativa de las fábricas absorbe, con los despedidos, a nuevos contingentes. De este modo, los obreros se ven constantemente repelidos y atraídos de nuevo a la fábrica, lanzados dentro y fuera de ella, con una serie constante de cambios en cuanto al sexo, edad y pericia de los obreros adquiridos. restaurantes en lleida A El Capital se le ha llamado a veces, en el continente, "la Biblia de la clase obrera". Nadie que conozca un poco del movimiento obrero negará que las condiciones expuestas en esta obra van convir­tiéndose de día en día, cada vez más, en los principios fundamentales del gran movimiento de la clase obrera, no sólo en Alemania y en Suiza, sino también en Francia, en Holanda y en Bélgica, en Norte­américa y hasta en Italia y en España, y que por todas partes la clase obrera va reconociendo más y más en las conclusiones de este libro la expresión más fiel de su situación y de sus aspiraciones. En Inglaterra, las teorías de Marx ejercen también, precisamente en estos momentos, una influencia muy poderosa sobre el movimiento socialista, movi­miento que se extiende entre las filas de la "gente culta" no menos que en el seno de la clase obrera. Pero no es esto todo. Se avecina a pasos agigantados el momento en que se impondrá como una necesi­dad nacional inexorable la de proceder a una investigación concienzuda de la situación económica de Inglaterra. La marcha del sistema in­dustrial inglés, inconcebible sin una expansión constante y rápida de la producción y, por tanto, de los mercados, se halla paralizada. El librecambio ya no da más de si; hasta el propio Manchester ha perdido la fe en su antiguo evangelio económico.10 La industria extran­jera, que se está desarrollando con gran rapidez, mira cara a cara por todas partes a la producción inglesa, no sólo en las zonas que gozan de protección arancelaria, sino también en los mercados neutrales y hasta del lado de acá del Canal. Y al paso que la capacidad productiva crece en progresión geométrica, la expansión de los mercados sólo se desarrolla, en el mejor de los casos, en progresión aritmética. Cierto es que parece haberse cerrado el ciclo decenal de estancamiento, pros­peridad, superproducción y crisis que venía repitiéndose constante­mente desde 1825 hasta 1867, pero sólo para hundirnos en el pan­tano desesperante de una depresión permanente y crónica. El ansiado período de prosperidad no acaba de llegar; apenas se cree atisbar en el horizonte los síntomas anunciadores de la buena nueva, éstos vuel­ven a desvanecerse. Entre tanto, a cada nuevo invierno surge de nuevo la pregunta: ¿Qué hacer con los obreros desocupados? Y aunque el número de éstos aumenta aterradoramente de año en año, no hay nadie capaz de dar contestación a esta pregunta; y ya casi se puede prever el momento en que los desocupados perderán la paciencia y se ocuparán ellos mismos de resolver su problema. En momentos como estos, no debiera, indudablemente, desoírse la voz de un hombre cuya teoría es toda ella fruto de una vida entera de estudio de la historia y situación económica de Inglaterra, estudio que le ha llevado a la conclusión de que este país es, por lo menos en Europa, el único en que la revolución social inevitable podrá implantarse íntegramente mediante medidas pacificas y legales. Claro está que tampoco se olvi­daba nunca de añadir que no era de esperar que la clase dominante inglesa se sometiese a esta revolución pacífica y legal sin una "proslavery rebellion", sin una "rebelión proesclavista". www.pisobcn.com 161 Ure, Philosopbie des Manufacturers (traducción francesa), París. 1836. t. II. pp. 39. 40. 67. 77. etc.

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